jueves

Un Tic. Mi tiempo

Un tIc – tAc retumba mis oídos. Me recuerda que el tiempo existe, que la vida pasa y que ese ritmo, es el cordón umbilical de la rutina.

Pensamos a destiempo, recordamos sin siquiera saber la hora exacta, a no ser que ésta como el momento mismo, sea precisa para entender con claridad el recorrido. Sin embargo la hora y el tiempo, se convierten única e inevitablemente en datos, en puntos relevantes para aclarar un sentido.

El tiempo es tan misterioso y exclusivo, que solo lo reconocemos cuando unos números o una imagen lo representan. A pesar de esto, él mismo se representa en siluetas como un cambio de luz, de ánimo, de fuerza, se nos presenta como un recluta del reloj y como comandante de la rutina.

Sentimos a través de tiempo y vivimos de acuerdo a el. Este se muestra en nosotros al igual que un signo distintivo como el parpadeo, el palpitar, el respirar… se muestra a sí evidente y vital, pero tan sutil y obvio recordando el transitar de aquellas acciones innatas como lo es vivir.

Somos esclavos irremediables del tiempo y de esos reflejos vitales… y en el momento que estos se detienen, nuestro tiempo también lo hace, y esa relatividad de nuestra existencia y de la suya misma, se transforma en simples e inevitables repeticiones que nos conllevan a presenciar su existencia de una forma tan vana que la damos por alto, y lo notamos únicamente cuando nos aturden o nos transforman la tranquilidad en susurros de una venida detención de la realidad y la existencia.

El tiempo y la vida en su mayor autonomía, en su mayor autocontrol e identificación propia.

Acudimos a él para sentirnos partícipes de esta secuencia, de otra manera no seríamos capaces de comprender los ciclos que la vida y el tiempo mismo proponen…
Dejará de ser todo esto eterno hasta que en sí mismos dejen de ser en sí, dejen de ser esenciales para su propia existencia. Así mismo se presenta ante nuestro pensamiento la afirmación de la realidad, ya que no soportamos el hecho de creer que ya no nos necesitemos ni en unidad, ni en conjunto para existir.
Sería casi inútil y frustrante vivir entonces con medida, la infinitud de la existencia ya no sería imposible… desde qué lo pensemos, estamos negando que sería real un fin.

Todo aquello que somos capaces de pensar o aunque sea de percibir por el más mínimo de los sentidos, carece de mortalidad. Ni siquiera nuestra propia vida, pues de antesala nos planeamos una continuación y en el momento en que tratamos de adoptar su forma, o una visión vacía de la existencia, optamos por evadir esa posibilidad y automáticamente creamos uniones lingüísticas que nos instruyan el pensamiento para no autodestruirnos, o al menos no proclamar un fin.

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